viernes, 9 de diciembre de 2011

Café


La noche anterior no pude dormir. Me acosté sobre la cama y me cubrí con una cobija. Los hombres hacemos eso, por alguna simple razón no nos metemos entre las sábanas si no hay una mujer presente. No todos, no siempre.
La escasa iluminación venía de la luz que alcanzaba a colarse entre las cortinas color marrón que se transparentaban por lo gastadas que estaban. No terminaron de convencerme esas cortinas cuando las coloqué, de hecho les odiaba un tanto pero eran un regalo; aunque, por otro lado, me recordaban mi infancia, cuando colgaba una cobija sobre el cortinero para que mi cuarto oscureciera del todo y poder usar aquél juguete que proyectaba imágenes en la pared. Recuerdo que dormía con él la mayoría del tiempo hasta los 9 años; en ese tiempo sí dormía.
Sin sueño siempre miro fijamente hacia arriba como por instinto, eso y porque acostado boca arriba no tienes muchas opciones que digamos. La débil luz que llegaba al cuarto y era absorbida en los rincones del mismo, me dejaba ver en un tono zarco la figura que formaba el techo en sus contornos; era un trapecio. A veces imaginaba que era un cuadro y las sombras mezcladas con el apagado fulgor que no terminaba de morir formaban la silueta de un ave. Un búho. Entonces me detenía y veía la hora pensando en que ya debía dormir o definitivamente me debía levantar y preparar café para leer. Sólo en una ocasión me he levantado y no preparé café, fui al baño. Luego, como era costumbre de mi mente y mi cuerpo, entre tanto pensamiento aleatorio sin darme cuenta caía dormido en algún punto de mis razonamientos sonmolientos.

Desperté cuando el cielo clareaba más por inercia que por ganas, debía levantarme para apagar el despertador que ponía en la repisa cerca de la puerta o de otra forma seguiría durmiendo hasta el fin de los tiempos que, a mi parecer cada mañana, ya no estaba distante.
Me miré borroso en el espejo, mis ojos seguían rojos desde hace 3 días y al parecer no pretendían abrirse por completo. Deambulé por el pasillo hasta el baño y conseguí abrir la llave para mojar mi rostro. Desperté por completo. Rápidamente me vestí con la primera prenda que encontré en cada cajón, tomé mi abrigo y salí al frío.

Caminé hacia la zona que rodea el parque encontrándome a lo largo de la avenida una pasarela de tonos grises, negros y cafés que cubrían a los transeúntes. La gente me resulta más amable cuando la temperatura baja, con ella al parecer también baja su hermetismo adquirido por lo indiferente que se ha vuelto la ciudad con sus huéspedes.
Frente a la fuente del parque hay locales de comida. Pasé de largo los cafés de cadenas y otros que me parecían honestamente malos tanto por el servicio como por la gente que los frecuentaba: gente del jet set alardeando sobre su vida cual escriba orando en público a las afueras de un templo. Llegué al café al que casi asistía a diario desde que un día por accidente di con él, me acerqué a una vieja mesa de madera y justo en el momento en que mi mano se posó sobre el respaldo de la silla en la que me iba a sentar, me detuve, miré hacia atrás sintiendo algún tipo de fuerza o necesidad que me hacía sentir debía girar la cabeza y descubrir qué esperaban mis ojos o me arrepentiría el resto de mi vida.

Todo alrededor se escurrió en un tono sepía, parecía una foto borrosa excepto por lo que envolvió toda mi atención durante el breve lapso en que me quedé ahí, parado como un poste sin mayor gracia: unos labios rosa que minimizaba el resto del lugar. Alzó la mirada del libro de Isabel Allende que leía, me vio como a una escultura, porque en eso me convertí cuando nuestras miradas se cruzaron; sonrió, acercó suavemente la taza de porcelana con americano a las comisuras de sus labios y después de un sorbo la colocó a lado del pequeño recipiente con leche que estaba sobre la mesa. Regresó la vista a la lectura que dejó pendiente. No supe qué hacer, quería quedarme frente a ella, inanimado viéndola existir; preferí ser parte de la escena y no un espectador. Me acerqué no recuerdo cómo pero cuando reaccioné ya estaba frente a ella. Me senté en el lugar a su derecha, seguía impactado por su presencia en ese lugar. Sonrió de nuevo. Respiré profundo, apreté los puños como tomando fuerza para lograr que salieran las palabras. Mi lengua parecía seca, como si intentará pronunciar una simple oración después de años en coma. Respiré prufundo otra vez. bajé las manos y las coloqué en las piernas; por fin hablé.

—Pensé que no vendrías.
—Te estaba esperando. No sólo hoy, desde el último día.
Hace ya años. No creí verte de nuevo.
Aquí estamos, como prometimos.

Pedí un espresso, el primero de muchos con ella... después de tanto tiempo.